cenizas de la luna xia runnel libro portada

CENIZAS DE LA LUNA – XIA RUNNEL

RESUMEN

Mael, un espíritu errante, solo desea conocer lo que los humanos llaman amor y Celina solo quiere huir de aquellos que dicen amarla. Es la última noche del milenio y sus caminos se cruzan cambiando para siempre su destino.

Capítulos

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CAPÍTULO 11

El viento le alborota el cabello mientras camina por la orilla del lago artificial del club campestre. Mael disfruta de la brisa, ya que llevaba varios días en la ciudad sin conocer otra parte del mundo en esta nueva forma corpórea, y en aquel campo puede sentir la naturaleza como nunca la había experimentado.

Hacía casi una hora que Celina se había ido con su hermana y el chofer lo había dejado en la recepción de la fiesta; en realidad no había mucha gente, y él no conocía nadie, así que decidió dar un paseo por el lugar. 

Recorrió una parte del campo de golf, aunque eran pocos los que lo están utilizando. Caminando por el sendero llega al otro lado del gran complejo de construcciones. Encuentra una puerta de cristal que le permite ver una biblioteca en el interior. 

Mael no puede contenerse para entrar y una puerta automática se abre.

Ha recorrido cientos de bibliotecas en todo el mundo, pero nunca pudo tomar ninguno de los volúmenes, y aunque había pasado mucho tiempo leyendo junto a algunas personas, no podía elegir libremente qué leer por cuenta propia. 

Inmediatamente, sabe en qué sección empezar, le toma un rato, se entretiene tomando algunos volúmenes y hojeándolos. Recuerda a los humanos que aman los libros y cómo hablaba del olor. 

Mael toma un libro de la estantería más cercana, es una colección de ensayos de Umberto Eco, lo acerca a su nariz y aspira profundamente. El olor a tinta y papel es refrescante y maderado. Mael toma el siguiente libro sin mirarlo siquiera y lo olfatea, tiene un olor distinto, pero igual a una mezcla de papel y tinta. Ojea las páginas y admira las ilustraciones sobre una especie de análisis de la imagen, semiótica. Al levantar la vista, al fin ve lo que en realidad buscaba y encamina sin pensarlo más. 

Mael sonríe, no puede creer que ahora tiene a su disposición todas esas creaciones, lee los lomos y el nombre de sus autores escritos en ellos. Tantos nombres conocidos y amados; un nombre resalta de entre todos. 

—Charles —dice Mael como si aquel hombre estuviera frente a él y no solo una copia impresa de sus escritos.

Toma su tiempo y recorre el libro para encontrar algunos de sus poemas favoritos. Mael cierra el libro y lo mantiene bajo el brazo, aún desea seguir leyendo, pero hay muchos otros que también quiere explorar.

Pronto encuentra una copia de haikus, una traducción antigua. Hace mucho tiempo que no visita el continente asiático y extraña oír su poesía, sobre todo los haikus. 

Pronto se encuentra absorto en la lectura y puede sentir cada palabra como si fuera la primera vez que se deleita con su inventiva. Los haikus son tan cortos y precisos, para Mael resulta una experiencia similar a dar solo un sorbo de agua en una tarde calurosa, refrescante, pero efímera, y le dan ganas de beber más aún. Está tan concentrado que no ve al anciano que se acerca.

—Eres un espécimen raro —dice un hombre de edad avanzada—. No se ven muchos de tu edad en un sitio como este, y menos aún en esta sección —dice él señalando el letrero que dice “poesía”.

—Disculpe, señor, no sabía que no podía estar aquí —se disculpa Mael creyendo que ha roto alguna norma y que por eso se ha acercado a aquel hombre.

—No te angusties, yo también soy solo un visitante —dice con una sonrisa que movió todas las arrugas de su rostro—. Haikus, ¿he? Personalmente, prefiero el siglo XXI.

Se acerca a la estantería, busca entre los libros y elige un tomo viejo de un autor que Mael no conoce. Ángelus Silesius, se lee en la portada. El anciano busca sin prisa entre las páginas. Mael observa que usa ropa sencilla pero sin duda de excelente calidad, hecha a medida. 

—Aquí está, ¿podrías leerlo? Mis ojos ya no son los mismos.

“Uno pretende que nada le falta a Dios,

que Él no hace más que darnos dones.

Si esto es verdad, 

¿Por qué quiere entonces poseer mi pobre corazón?”

Mael no sabe muy bien cómo sentirse al respecto, supone que es uno de los poemas favoritos de aquel hombre, así que hace lo mismo. Busca entre las páginas del libro que tiene sobre haikus, ya sabe cuál compartirle, últimamente no logra sacarlo de su mente.

“Kosui ya sono yo sono toki sono tokoro”

—“Un perfume, esa noche, ese instante, ese lugar” —traduce el anciano antes de que Mael pudiera—. La poesía puede ser terriblemente honesta.

Entonces un hombre más joven aparece y el anciano va a su encuentro, Mael no escucha lo que dicen y vuelve a mirar los libros a su alrededor.

—Buen viaje amigo —dice aquel hombre, Mael le agradece y el anciano se retira de la estancia.

Mael revisa unos libros más, la biblioteca no está tan surtida como creía; pero está feliz de poder elegir sus propias lecturas. De pronto recuerda que ha venido a la fiesta de Celina y deja los libros para ir en busca del salón donde se llevará a cabo la fiesta.

A su regreso encuentra de nuevo al anciano que está dando un abrazo fraternal a un hombre más joven que él, pero de edad madura. Es tan raro para Mael no poder saber quiénes son las personas, conocerlas en verdad; poder leer cada pensamiento, miedo, deseo u odio que anidan en su corazón. Los dos hombres se separan, el más joven se retira limpiándose el rostro y sale por la puerta de la biblioteca, aquella que da al prado y el lago artificial.

—“Oh querida esperanza, también ese día sabremos nosotros que eres la vida y eres la nada” —dice el anciano hacia Mael. 

Ya antes había escuchado aquellas palabras, y antes de que él pudiera preguntar algo, Celina entra por otra puerta de la biblioteca, la que conecta a la otra estructura del edificio.

—¿Abuelo? —camina indecisa—, me dijo Shane que habías venido, no le creí —dice ella y se detiene hasta que él abre los brazos para recibirla. 

—Por supuesto que he venido, es tu cumpleaños.

Celina avanza hacia él y lo abraza con ternura. Mael se siente como un intruso, no es como antes, cuando era un peregrino. Trata de salir sin interrumpirlos, pero los ojos de Celina captan su movimiento. 

—¿Qué haces aquí? —pregunta ella separándose de su abuelo—. Te he estado buscando —termina de decir dando un paso al frente.

—¿Se conocen? —pregunta su abuelo y Celina asiente—. No te preocupes, solo estábamos disfrutando de esta hermosa biblioteca, que al parecer no muchos usan. Qué desperdicio —dice el anciano con un suspiro—. Bueno, yo los dejo. Me han informado que la comida ya está servida, y a mi edad un ayuno prolongado puede marcar la diferencia entre la supervivencia y la muerte —sonríe y se despide de Celina, le dirige a Mael una mirada, aunque no sabe cómo interpretarla.

—¿Qué hacías aquí? —pregunta ella cuando su abuelo ha salido por la puerta principal rumbo al salón, Celina tiene los ojos llorosos.

—Miraba algunos libros, y luego me encontré con él, estaba a punto de ir al salón y luego tú apareciste.

—Mi abuelo y mi padre, no se hablaban desde hace años, aún no sé por qué. Y ahora al parecer han arreglado sus diferencias —entonces lo mira con mayor interés—. ¿Qué tienes que ver tú en todo esto? —pregunta tratando de buscar la respuesta en su rostro— Llevamos años queriendo entender para arreglar las cosas entre ellos y hoy simplemente se presenta para ¿disculparse? No tiene sentido.

—La gente siempre cambia y en serio no tengo nada que ver con este acontecimiento, pero sinceramente me alegro. A ti te alegra, ¿verdad? —dice Mael, pues no entiende si esto era bueno o malo para ella.

—Sinceramente, es casi un milagro —se lleva las manos a la cara, pues se le empiezan a escurrir unas lágrimas y sigue con una voz temblorosa— Lo siento, lo siento, es que no sabes lo que ha sido vivir con mi familia. Lo horrible que ha sido desde que mi abuelo dejara de hablar con mi padre. Ha sido la ruina para mi familia. Todo lo que he soportado, ¿y es por nada? Quiero a mi abuelo, pero ¿cómo puedo olvidar todo el dolor que provocó? —Definitivamente, la chica ya está a lágrima viva. 

Mael duda un momento, pero deja de ser cauteloso y cruza en dos pasos la distancia que los separa. Y la abraza, no de forma romántica, sino como cuando era un peregrino, abrazando su alma para confortarla. Ella se resiste un segundo, luego se abandona al llanto.

—Lo siento, es que ya no lo soporto —Mael busca palabras que pudieran aliviar su dolor, pero no puede encontrarlas; y concluye que no necesita decir nada, solo escuchar lo que ella tiene que decir— Soy tan cobarde y me detesto por odiarlos, ¿qué clase de persona soy?

Mael la sostiene y ella poco a poco se va calmando. 

Parece congelado en el tiempo, rodeado de palabras igualmente presas. 

Celina ya solo tiembla un poco y se separa de su abrazo. 

—Perdóname —se limpia con las manos las lágrimas que aún tiene.

—No tienes por qué pedir perdón, soy yo quien lamento no poder darte mayor consuelo —dice él mientras ella se abanicaba la cara.

—Oh, cállate ya, deja de ser educado —una sonrisa asoma en su rostro, tal vez más por la vergüenza que por estar alegre—. Solo quiero… si tan solo… quiero correr, dejar todo atrás.

—Pues corre, ¿qué te lo impide? —Celina lo mira como si hubiese dicho algo sin sentido—. Puede que no lleguemos a ningún lado, pero definitivamente podemos correr y ¿sabes qué? También siento ganas de correr.

Él la toma de la mano y ella lo sigue, al principio solo trotan. 

Por siglos, Mael ha caminado, pero jamás sintió la necesidad de correr. Los peregrinos no corren, no tienen prisa, porque no hay a donde escapar; porque siempre es hoy y el tiempo no existe. Pero ya no es más un peregrino.

Atraviesan el vestíbulo de la biblioteca y solo paran un poco hasta que las puertas se abren de manera automática para dejarlos pasar. Y entonces están corriendo por el terreno del club campestre con la vista majestuosa de las montañas más allá de la ciudad.

Mael la suelta o terminarán cayendo, el sol brilla en lo alto y las nubes forman sombras en el pasto. El campo parece infinito, como si pudieran recorrer el mundo entero. Atraviesan una colina que va en picada, Mael siente el viento que los acompaña, y cree que si extiende sus brazos, logrará volar. Mira atrás por un segundo, Celina también sigue corriendo y al mirar al frente, ve el lago. Podrían rodearlo, pero solo le cuesta un segundo decidir y al llegar a la orilla salta. 

Al caer al agua, se da cuenta de la terrible idea que ha sido, está helada. Cuando logra salir a la superficie, busca a Celina. Ella surge un instante después, salpicando agua y gritando.

—¡Qué estúpida idea! —dice ella con los dientes castañeteando y juntos salen del agua tiritando —¡Corramos! Y yo voy y te sigo como una tonta.

Mael no puede dejar de reír contagiando a Celina, y al cabo de un momento terminan acostados en el pasto, escurriendo agua y con dolor de estómago de tanto reír.

Mael no sabe cuánto tiempo estuvieron así, descalzos y recostados en el pasto. En silencio y contemplando el pasar de las nubes, mientras el sol, calienta su piel, aunque la ropa es otro asunto.

—Si pudieras estar a cualquier lugar, ¿a dónde irías? —le pregunta Celina.

—Arriba, lo más alto posible —dice Mael mirando el cielo —más allá de las nubes. Sé lo que hay en esta tierra, pero quiero saber qué hay después del cielo, verlo todo. ¿A dónde irías tú?

—A Buenos Aires —dice ella alzando un brazo al cielo, acariciando la brisa—. Quiero ver el lugar que inspiró algunas de mis canciones favoritas —y canta una estrofa de “Ella usó mi cabeza como un revolver”.  

Celina se apoya en un costado para poder mirarlo, Mael la imita, y así contempla su rostro terso y sus ojos de color castaño.

—Tengo que cambiarme, y pediré que te presten algo de ropa —Celina se incorpora para iniciar el camino de vuelta.

—Espera, hay algo que he querido decirte… 

Celina se detiene para mirarlo, y Mael no sabe por dónde empezar: cómo explicar lo que ella significa para él, lo que le ha ocurrido y que es él.

—¡Celina! —una voz grita a sus espaldas— ¡Te he buscado por todos lados y estás aquí chapoteando! —Ailed se acerca, Mael ni siquiera la había visto, ella lo mira con los ojos casi en una línea—. Oye, ¿tú no eres el chico nuevo de Dolce bacio? ¿Cómo te llamas? —pregunta al reconocer a Mael que ya le ha atendido en dos ocasiones en la pastelería.

—Espera, creí que era amigo tuyo —dice Celina señalando a Mael.

—Por lo visto, lo conoces más que yo —dice con una risa pícara.

—De eso quería hablar contigo —explica Mael nervioso. 

Celina pasa de la incredulidad al enfado.

—Creo que deberías irte —le dice y comienza a caminar de regreso al salón.

—No conocía a… —dice Mael intentando seguirla.

—¡Déjame en paz! —y él se detiene. 

A lo lejos ve a Haruto, la sombra sigue caminando a su encuentro, y Mael sabe que es mejor no insistir.

—Lo siento, chico —dice Ailed y corre para alcanzar a Celina— ¿Qué sucede? ¿Por qué estabas con él? 

Mael escucha que le pregunta a su amiga.

Él observa a las dos chicas y al enorme japonés tras ellas caminar hacia el salón donde sería la fiesta de su familia. Ailed, voltea cada poco para mirarlo mientras habla con Celina. Las dos chicas desaparecen al cruzar la puerta, ni una sola vez Celina se vuelve para mirarlo. 

Mael avanza hacia la salida del club campestre aún con la ropa empapada, el frío le cala los huesos, el pecho le duele y comienza a temblar.

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