cenizas de la luna xia runnel libro portada

CENIZAS DE LA LUNA – XIA RUNNEL

RESUMEN

Mael, un espĂ­ritu errante, solo desea conocer lo que los humanos llaman amor y Celina solo quiere huir de aquellos que dicen amarla. Es la Ăşltima noche del milenio y sus caminos se cruzan cambiando para siempre su destino.

CapĂ­tulos

c1 / c2 / c3 / c4 / c5 / c6 / c7 / c8 / c9 / c10 / c11 / c12 / c13 / c14 / c15 / c16 / c17 / c18 / c19 / c20 / c21 / c22 / c23 / c24 / E /

CAPĂŤTULO 9

Cuando Mael pasó a ser parte del mundo material, Gala se enfadó, pero no podía dejarlo solo, estaba preocupado por su compañero.

 En su afán de encontrar a los peregrinos, Mael saliĂł de la fiesta de Glamour Girl, buscando a sus hermanos, y aunque Gala estaba a centĂ­metros de Ă©l, no pudieron comunicarse.

Buscaba, llamaba y caminaba sin rumbo, hasta terminar en una de las zonas más problemáticas de la ciudad. Unos chicos trataron de asaltarlo, a ojos de Gala eran solo unos niños, y cuando se dieron cuenta de que Mael no poseĂ­a nada salvo la ropa que llevaba puesta, le dieron una golpista. Para cualquier peregrino era imposible calmar a un humano cuando se entregaban a la ira y la violencia; tampoco podĂ­an influir en sus emociones. AsĂ­ que los esfuerzos de Gala por detener a aquellos chicos, fueron en vano. 

Hasta que un hombre saliĂł por uno de los callejones, era muy mayor, pero le infundiĂł valor para intervenir.

—¡Oigan! ¡DĂ©jenlo en paz! —gritĂł el hombre, asustando a los cuatro chicos, que salieron corriendo. 

No sin antes insultar al anciano, quien ya no se atreviĂł a acercarse a Mael y se fue, no serĂ­a la primera vez que alguien morĂ­a en esas calles.

Después de unos momentos angustiosos para Gala, su compañero logró incorporarse. Mael se sentó en los escalones de la puerta trasera de un negocio. Tenía la ropa maltrecha, los chicos que lo atacaron se habían llevado sus zapatos y el saco del traje; pero no sangraba ni tenía moretones, solo parecía que lo habían revolcado en el lodo.

—Galadriel, ayĂşdame —dijo Mael para su sorpresa—, ÂżquĂ© voy a hacer? ÂżDĂłnde estás? 

Entonces unas lágrimas brotaron de los ojos del peregrino, lo que era una señal clara, ya no era uno de los suyos. Los peregrinos no podían llorar, no eran humanos.

—Aquí, compañero, estoy a tu lado —dijo Gala esperando que le escuchara.

Se acercĂł a Ă©l tratando de reconfortarlo, pero no sabĂ­a si estaba resultando. 

Era como si Mael no fuera de carne y hueso como los humanos, sino de una materia diferente, algo que no había visto antes. Entonces Mael se quedó quieto y, por primera vez en su existencia, durmió. No era humano ni peregrino; sin embargo, para Gala seguía siendo su compañero.

Han pasado varias horas y Mael no se ha movido ni un milímetro. El sol está saliendo y la gente comienza a pasar por aquel callejón fingiendo no verlo, mientras él no se aleja de su lado. Al poco rato, un tipo enorme se acerca hacia donde está Mael, y Gala trata en vano de despertarlo o advertirle.

—¡Oye! Despierta, esto no es un hotel —dice con voz gruesa, Fernando. 

Gala lee su mente para conocerlo y le tranquiliza al saber que no piensa hacerle daño a su compañero, pero ya habĂ­a tenido muchos problemas con vagabundos, asĂ­ que era mejor tener precauciones. 

—Oye, tienes que moverte de aquí —y toma del hombro a Mael, que se despierta asustado y se pone en pie de inmediato—. Vaya pinta que tienes, muchacho.

Gala trata de infundir compasión en Fernando, de cualquier forma ya está ahí, solo necesita dejarla crecer.

—Mira, no puedes estar aquí, pero si quieres, puedo llamar a alguien.

Mael continĂşa medio aturdido, pero lo piensa un momento y saca un trozo de papel del bolsillo.

—¿Tal vez podrĂ­as decirme cĂłmo llegar aquĂ­? 

Fernando toma la servilleta y Gala ve lo que tiene escrito: Dolce bacio, pastelerĂ­a. 

—Tengo que encontrar a una persona ahí —explica Mael, arreglándose la camisa y la corbata sucia.

—Espera aquĂ­ —ordena Fernando abriendo la puerta trasera de su negocio, una carnicerĂ­a. 

Mael se queda plantado en aquel lugar, esperando. 

Gala intenta nuevamente leer la mente de su compañero, pero suena como si estuviera muy lejos y algo interfiriera entre ambos, una gruesa capa que envuelve a Mael. Aun así, Gala entiende que su compañero intenta ver a Celina de nuevo.

—Eres idiota —dice Gala con los ojos al cielo—, en vez de buscar una solución a esto. Vas a buscar a la chiquilla.

Fernando sale al poco rato llevando consigo un libro enorme de páginas amarillas.

—LogrĂ© encontrar la direcciĂłn, te lo apuntĂ© y tambiĂ©n el telĂ©fono —y le devuelve la servilleta a Mael—. Y ten esto, alguien lo olvidĂł hace unas semanas, pero no creo que vuelvan por Ă©l. No es de lo mejor, pero te servirá —dice pasándole una chamarra delgada. 

Entonces Gala comprende que Mael siente frĂ­o y es la razĂłn por la que tiembla de vez en cuando. Observa a Fernando que va muy abrigado e incluso sale un poco de bao por su boca para respirar.

—Gracias, es usted muy bondadoso —dice Mael apartándose de la entrada de la carnicería.

—Buena suerte muchacho.

Mael levanta una mano en señal de saludo y ve desaparecer a Fernando en el interior de su negocio. Camina hasta la calle principal y se queda parado ahí.

—Bueno, ¿y ahora que vas a hacer? —pregunta, aunque no obtiene respuesta.

Mael se pone la chaqueta y saca un pequeño paquete de papel, y al examinarlo encuentra un pedazo de pan fresco. El chico corta un trozo y se lo lleva a la boca, el resto lo guarda agradecido con el hombre que le ha ayudado. Camina unas cuadras más antes de detenerse a mirar de nuevo la servilleta.

—creo que deberĂ­as preguntarle a alguien —dice Gala, acostumbrado a hablar con Ă©l, y se olvida que su compañero no puede escucharlo, y sigue caminando en cualquier direcciĂłn—. Bien, veo que no has perdido la costumbre de ¡ignorarme! 

Le grita a la espalda mientras Mael se aleja, Gala lanza una maldición y camina detrás de su compañero.

Mael retrocede, gira, avanza y pregunta un montón de veces antes de encontrarse ante Dolce bacio. Son casi las once de la mañana cuando Mael llega al lugar.

—Buena idea, espera afuera de cualquier forma, no tienes dinero para comprar nada —dice Gala fingiendo que Mael le escucha—. ¿Sabes?, comienzo a entender por qué los humanos asesinan a otros. Eres más frustrante que antes.

Mael se asoma por la ventana de Dolce bacio, pero no ve a Celina ahí, así que se recarga en la cabina telefónica que está enfrente del establecimiento, esperando. Dolce bacio se encuentra en una de las avenidas más concurridas de la ciudad, rodeado de comercios. A un lado venden almuerzos vegetarianos y del lado derecho hay una florería.

—Sí, claro, quedémonos aquí esperando a la chiquilla, en vez de buscar cómo revertir… tu humanización, tu desperegrinación o cómo se llame esto.

 Pasan las horas, es casi medio dĂ­a y Mael no se ha movido del lugar; cambia de posiciĂłn, observa a los transeĂşntes. Por lo general, la gente pasa tan rápido que apenas notan que está ahĂ­, solo algunas mujeres lo miran curiosas; Mael es muy atractivo a pesar de llevar la ropa manchada, las chicas le sonrĂ­en. Sin embargo, su compañero solo mira hacia Dolce bacio, o la calle buscando a Celina entre la gente. De pronto un chico sale a limpiar las ventanas de la pastelerĂ­a, la clientela sigue llegando incluso más que por la mañana. Mael observa cĂłmo el chico realizaba su trabajo y Gala se pone tenso, pues sabe que ya ha notado que su compañero lleva mucho tiempo observando el negocio.

—Oye —dice el chico cuando termina de limpiar las ventanas, Enzo, y da unos pasos hacia Mael—, ¿qué se te perdió? —le pregunta sacando un cigarro y lo enciende.

—Nada, espero a alguien —contesta Mael cuando se da cuenta de que es a él a quien habla.

—Pues deberías esperar en otro sitio —Enzo da una fumada—. La señora Valensi se está poniendo nerviosa, y si sigue así va a llamar a la policía —le advierte y exhala el humo.

—No estoy haciendo ningún daño —se defiende Mael y mira con curiosidad el cigarrillo del chico.

—Pues si no se ha presentado, dudo mucho que venga, Âżno crees? —Enzo se da cuenta de que mira su cigarro, Gala lo impulsa a sentir empatĂ­a por Mael. 

Aunque Ă©l mismo no lo siente en ese momento, está molesto por su empeño de ver a la chica de la fiesta. 

—¿Quieres una fumada?

—Nunca lo he probado —dice Mael y se concentra en mirar la gente de nuevo.

—Y será mejor que nunca lo hagas, puede matarte —Enzo se apoya a su lado en la caseta telefĂłnica donde Mael lleva toda la mañana sentado—. ÂżA quiĂ©n esperas? —da otra fumada—, y por favor no digas que es una chica. 

Enzo lo mira con burla mientras sujeta el cigarro entre los labios para poder amarrar su largo cabello en una coleta baja. Mael no contesta y Ă©l continĂşa fumando. 

—Entonces, sí, se trata de una chica. Mira, hablaré con la señora Valensi, pero deberías dejarlo, tu chica no va a llegar. Lo siento, pero es la verdad, bro —da otra calada al cigarrillo y exhala. Entonces le ofrece el cigarrillo—. Toma esto, te hará menos daño.

Mael sonrĂ­e y acepta el cigarro, que casi se ha consumido por completo. Enzo toma sus instrumentos de limpieza y entra de nuevo al negocio de pasteles. Mael intenta fumar, sin embargo, solo logra medio ahogarse y que los ojos le lloren.

—¿Por quĂ© le gusta esto a la gente? —pregunta Mael en voz alta—. No sĂ© si estás aquĂ­, Gala,  pero no puedo creer que todos hayan desaparecido de pronto. MĂ­rame, ahora estoy fumando —se rĂ­e y vuelve a intentarlo y esta vez no se ahoga.

—Sigo a tu lado Mael —dice Gala esperando que de alguna forma le llegará su mensaje—, siempre lo he estado —Gala sonríe mientras su compañero exhala ruidosamente el humo.

Está anocheciendo y Mael sigue en su sitio mientras de su estómago surgen ruidos extraños. Nunca había tenido que comer, así que tardó un poco en descubrir lo que le sucedió. Finalmente, saca el pan que Fernando le ha regalado y se lo come casi en dos bocados. Gala está rodeado de peregrinos; pronto se esparce la noticia. Mael dejó de ser uno de ellos.

—Extraordinario —señal Zinael estaba frente a Mael intentando llamar su atención, pero él seguía imperturbable mirando hacia la pastelería—. ¿Y simplemente dejo de verte? —pregunta a Gala.

—Ya expliqué mil veces; Mael me dijo algo, la chica lo escuchó y después él le habló. Y de pronto no podía escucharme a mí, ni verme. Maldita chiquilla.

Gala está sobre la cabina telefónica recostado, se ha cansado de ser traspasado por la gente en la calle, como si no existiera.

—¡Debe ser la profecĂ­a! —dice Jeriael que está a unos metros de Mael—. “Un emperador nacerá cerca de Italia, que costará un alto precio al imperio, dirán, los que con Ă©l se juntan, que es más carnicero que prĂ­ncipe” —termina teatralmente.

—Mael no ha matado a nadie —rebate Gala.

—Aún, si es se parece a los humanos, asesinar está en su naturaleza —respondió Jeriael.

—¡Pero nació en Italia! —grita algún peregrino detrás del grupo.

—¡Todos nacimos en Italia, Liniel! —responde Zinael en defensa de Mael.

—¿Qué no esa profecía ya se ha cumplido? —pregunta Farrel que mira atentamente la pastelería.

—Hablaba de Napoleón, y ¿qué hacen todos aquí? Vamos que muchos necesitan de nosotros, Mael tendrá que encontrar su camino de regreso —dice Findael que acababa de llegar—. Galadriel nos informará si ocurre algún cambio, ahora continúen su camino peregrinos.

Algunos se van de inmediato, pero otros se retrasan hasta que la noche cae. Al final solo queda Zinael y Farrel, que son compañeros.

—Preguntaremos a otros hermanos, si tiene idea de que podemos hacer, pero esto en verdad no tiene precedentes. Quizás… —dice Zinael y se detiene al ver que se abre la puerta de la pastelerĂ­a de pronto. 

Enzo sale acompañado de una señora, Sandra Valensi, no está nada contenta con la situación.

—Escucha, hijo, no puedes estar aquĂ­, y no importa a quiĂ©n estĂ©s esperando —Mael se pone de pie, aunque  se tambalea un poco—. Ve a casa, ÂżquĂ© dirán tus padres? —pregunta y Zinael ayuda a que no desconfiara de Mael.

—En realidad no tengo ni lo uno ni lo otro —aclara Mael—. Disculpe si los he incomodado, pero no sé qué más hacer.

—¿No tienes casa? Entonces, ¿de dónde vienes hijo? ¿Cómo te llamas? —pregunta ella preocupándose de verdad.

—Mael, pero no importa, esperaré en otro lado —dice Mael y da un paso para irse, pero no llega muy lejos, pues cae de rodillas. Está muy mareado. Enzo se acerca para ayudarlo a ponerse de pie.

—¿Ya has comido algo, hijo? No te has movido de este sitio en todo el dĂ­a —Mael niega con la cabeza. 

Gala, Zinael y Farrel susurran a Sandra y Enzo, toda la bondad que puedan tener en sus corazones para que ayuden a su hermano.

—Enzo tráelo aquí —Sandra abre la puerta de la pastelería—. Y que el cielo nos ampare —dice mirando hacia lo alto—. No quiero problemas contigo Mael, mi marido tiene un arma y no dudará en usarla —le advierte Sandra mientras entran a su negocio.

—Le prometo que no tengo malas intenciones, señora —le asegura Mael.

—Mejor ya no hables —le aconseja Enzo cuando pasan la puerta de la pastelería.

Sandra Valensi, su esposo y Enzo viven en el sótano de la pastelería. Cuando Gavin Valensi, llega de trabajar como cocinero en un hotel en la zona periférica de la ciudad, encuentra a Mael comiendo sin levantar la cara del plato. El guisado de carne y verduras que ha preparado Sandra es delicioso, y como no ha comido nada en horas, es todo un festín.

Al verlo tan desesperado, Sandra y su esposo esperan a que termine de comer para hacerle todo tipo de preguntas, que Mael contestaba con evasivas, lo que termina molestando aĂşn más a Gavin. 

Una hora después, Enzo y Mael levantan la mesa y lavan los platos. Mientras, Sandra y su esposo discuten la situación en su habitación, que está a solo unos metros.

—Podría ser tu hijo —dice Sandra mientras sigue parada en el marco de la puerta, puesto que su marido quería salir para correr a Mael de su casa.

—Pero no lo es. Entiende, Sandra, no le conocemos de nada. Ni siquiera sabemos si es su verdadero nombre.

Mael, siempre habĂ­a sido su nombre, pero aquellas personas querĂ­an saber su apellido, asĂ­ que dijo lo primero que le vino a la mente: Tafetán. No recordaba si era un nombre, un lugar o un objeto, pero le gustaba mucho cĂłmo sonaba esa palabra. Cuando vio la reacciĂłn de los señores Valensi, Mael pensĂł que no habĂ­a elegido bien, pero no podĂ­a retractarse. Ahora pensaban que se llamaba Mael Tafetán. 

Gala, Zinael y Farrel lo habían acompañado todo ese tiempo. Sandra y Enzo están dispuestos a ayudarlo, pero Gavin es otra historia. Se ha enfadado tanto que es difícil que los peregrinos influyan en él.

—Es tan solo un chico, por lo que entiendo podrĂ­a estar en la misma situaciĂłn en que alguna vez estuvimos nosotros —le recuerda Sandra. 

Gavin Valensi y su esposa habían llegado como inmigrantes ilegales, y aunque habían logrado estabilizarse, no podían negar que en un inicio fue muy difícil para ellos. Gavin siempre contaba sobre la gente que le ayudó a establecerse en este país, teniendo nada más que su palabra y sus ganas de trabajar arduamente.

—Solo estará unos días hasta que encuentre a la persona que lo va a ayudar. Creo que es una chica que vendrá en nuestra pastelería, pero hoy no apareció. Lo hubieras visto, el pobre no se movió de la cabina telefónica en todo el día.

—De acuerdo, pero no somos caridad, deberá ganárselo. Y que se dedique a buscar a su gente, le doy máximo tres días. Y que Enzo no le quite el ojo de encima, cierra con llave todo y no te confíes. Podrá tener cara de ángel, pero no sabemos que trama —su esposa está a punto de decirle que exagera, en cambio, lo besa.

—Eres un buen hombre, Gavin y el cielo lo sabe.

Al ver que su hermano no corre peligro, Zinael y Farrel dejan a Gala, para que siga cuidando de Mael, y aunque no lo dicen. Lamentan la pĂ©rdida de su compañero. 

Cuando Gala busca a Mael, lo encuentra fumando con Enzo en la habitaciĂłn, pegados a la ventana porque a Sandra Valensi le fastidiaba el olor.

—¿Y tienes mucho de haber conocido a esta chica? —pregunta Enzo mientras da una fumada.

—No, la conocĂ­ hace poco —dice Mael soltando el humo, esto de fumar le empieza a agradar en verdad. 

La habitación de Enzo es pequeña, pero no tiene problema en compartirla con él. Desde que llegó con sus tíos no ha tenido con quién hablar, y extraña a sus hermanos menores que ha dejado para venir a trabajar a este país.

—¿Y quĂ© más sabes de ella? PodrĂ­as ir a buscarla si no viene mañana —dice Enzo pensando en quĂ© harĂ­a Ă©l estando en su lugar. 

No, definitivamente no estarĂ­a en su lugar, hacĂ­a mucho que no dejaba que sus sentimientos nublaran su pensamiento.

—SĂ© que se llama Celina, su cabello es castaño y largo, tiene unos hermosos ojos oscuros y una sonrisa tan…

—Vale, ya entendí que es bonita, pero digo que si sabes dónde vive, trabaja o estudia, ¿cómo se apellida?, ¿Cuántos años tiene? —pregunta Enzo, pues Mael parece no comprender, mientras aplasta su cigarrillo en el cenicero.

—SĂ© que le fascinan los pasteles que ustedes hacen, su favorito es el de chocolate. Le gusta bailar, quiere ser estudiante de medicina, no entiende la poesĂ­a y tiene un novio que parece ser un verdadero idiota —imita  a Enzo y aplasta tambiĂ©n la colilla de cigarro en el cenicero.

—O sea, que la chica que has estado esperando todo el día y que no tuvo la decencia de aparecer, ¿tiene novio? —Mael asiente y Enzo se ríe—. Definitivamente, estás perdido, y no solo lo digo porque no tienes ni donde caerte muerto. Me gustaría ser tan optimista como tú.

Se recuesta en la cama sin quitar la cobija y apaga la luz desde el enchufe que está sobre la cabecera. 

—Lo sé, es una locura, ¿cierto? —pregunta Mael apesadumbrado.

—Un poco, pero la esperanza es lo último que muere. Buena noche —dice Enzo y ya tiene los ojos cerrados.

—Buena noche.

Mael permanece despierto mirando el techo y espera hasta que Enzo se quedara dormido y comienza a roncar.

—Galadriel ¿estás ahí? —dice y se queda muy quieto, tratando de escuchar cualquier sonido.

—Sí, Mael, aquí estoy —responde Gala al escucharlo hablar, rogando porque milagrosamente lo escuchara.

—No sé, por qué no te veo o escucho, pero espero que estés aquí —hace una pausa aun esperando escuchar a su compañero—. Tengo un presentimiento, Gala, y creo que debo buscarla. Sé que tiene algo que ver con lo que me está pasando. No sé cómo, pero ayúdame a encontrarla. O ayúdala a encontrarme, Gala, no sé si pueda seguir con esto solo.

Mael cierra los ojos y se hizo un ovillo. 

—Galadriel, responde —y se queda dormido esperando.

Gala lo mira una vez más y sale de la habitaciĂłn en busca de Celina, querĂ­a que las cosas volvieran a ser como antes lo antes posible. 

Si Mael creía que viéndola podía revertir la situación, pues él la traería.

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