cenizas de la luna xia runnel libro portada

CENIZAS DE LA LUNA – XIA RUNNEL

RESUMEN

Mael, un espĂ­ritu errante, solo desea conocer lo que los humanos llaman amor y Celina solo quiere huir de aquellos que dicen amarla. Es la Ăşltima noche del milenio y sus caminos se cruzan cambiando para siempre su destino.

CapĂ­tulos

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CAPĂŤTULO 6

01 – 01 – 2000

Mael está seguro de que ella lo ha escuchado, el viento arremolina el cabello de la chica mientras observa la ciudad desde la terraza.

Él se siente impaciente por comprobar si ella puede escucharlo en verdad, así que le habla como lo haría con sus hermanos y no susurrando a un humano. Llevaba siglos inspirando y consolando a tantas personas con el don de la palabra que había perdido la cuenta; Mael había acompañado a miles de escritores, músicos y poetas de diferentes épocas. Y solo se le ocurrió decir:

—Hola —una voz ronca sale de su boca y suena tan diferente a cómo estaba acostumbrado que sonara en susurros. Como si jamás hubiera usado sus cuerdas bucales.

—¡Cielos! —grita ella con un sobresalto y lo mira asustada. Sí, lo está mirando a él, justo a los ojos—. ¡Qué susto me has dado! —aunque la chica sonríe.

Mael está atĂłnito, sabe que algunos peregrinos habĂ­an sido “vistos” por niños, ciegos y videntes; pero no asĂ­, como lo está experimentando Ă©l. 

—Puede oír y verme —dice a Gala, pero ya no está a su lado. Lo busca en todas direcciones, pero no logra encontrarlo.

—Claro que puedo. ¿Te encuentras bien? —le pregunta la chica, en verdad preocupada.

Mael no entiende lo que ha pasado. Primero ha tratado de escuchar los pensamientos de la chica, pero era como si no pudiera ubicar la frecuencia. Tampoco pudo escuchar los de su acompañante y ahora nada. Absolutamente, nada, ni un solo pensamiento o recuerdo, puede extraer de su mente.

—Sí, estoy bien —contesta recordando que le ha hecho una pregunta.

De pronto no sabe quĂ© más hacer. 

Se siente desnudo, mira hacia abajo temiendo estarlo, aĂşn viste su traje azul y camisa blanca, pero de alguna forma lo siente más sĂłlido, como si realmente estuviera ahĂ­. 

—¿Seguro? Puedo llamar a alguien, si quieres.

—En verdad estoy bien, gracias —y piensa en cĂłmo explicar lo que le ha sucedido; quiĂ©n es Ă©l, y más importante aĂşn, que es. 

Aunque eso solo la asustarĂ­a. No, no podĂ­a explicarlo. TenĂ­a que fingir ser una persona cualquiera, en una fiesta cualquiera

—Solo vine a tomar un poco de aire.

—Dentro apenas puede uno respirar, ¿cierto? —dice ella y vuelve la vista hacia el paisaje.

Mael da un paso al frente y nota fascinado que sus zapatos hacen ruido contra el suelo. Nunca habĂ­a escuchado sus propios pasos, a pesar de haber caminado por siglos. De alguna forma, ahora tiene un cuerpo sĂłlido.

—Lo siento si te asuste, no era mi intención —dice acercándose más, pero aún guardando una distancia prudente.

—No hay problema —le asegura ella, sin dejar de mirarlo. 

Entonces Mael se percata de que una música pegajosa suena desde el interior de la fiesta y por primera vez siente algo al escucharla. Es como si se hubiera quitado unos tapones de los oídos. La canción habla sobre una chica que espera la señal de alguien al que extraña, y dejó ir.

—Me pareces conocido, ¿trabajas en Glamour Girl?

—No —Glamour Gril es el nombre de la revista que organiza la fiesta, recuerda los pensamientos que habĂ­a acumulado aquella noche—. Apenas me enterĂ© de la fiesta por… Ailed —Mael recordĂł a la chica de la entrada y la informaciĂłn que tenĂ­a sobre el evento.

—¿Ailed? ¿Ailed Kandel? ¿La conoces?

Mael asiente después de recordar el nombre completo de la chica, y básicamente sabía todo sobre Ailed. Sus recuerdos, temores, sueños, los había visto todos. Podría decirse que la conocía bastante bien.

—Recientemente —Mael siente que no es el camino que debería seguir. Alied Kandel no tenía ni idea de quién era él—. Es una chica muy atareada —dice recordando el caos que había en su mente.

—SĂ­, siempre tiene algĂşn proyecto entre manos —confirma ella—. Y Âżte dejaron entrar sin disfraz? CreĂ­ que era obligatorio. 

Mael sabe que lleva una vestimenta bastante comĂşn para estar en una fiesta como aquella.

—Estoy disfrazado, soy un graduado en su primera entrevista de trabajo —ella ríe, y Mael siente una calidez en el pecho. Su sonrisa parece iluminarle el rostro.

—Muy listo, pero con un portafolios sería más convincente —dice todavía sonriendo y arrugando la nariz—. Yo voy de ángel, aunque ya me he quitado las alas, son realmente incómodas —mira hacia las alas tiradas a un lado—. Supongo que ahora seré un ángel caído.

Mael también sonríe, y no se cree capaz de dejar de mirarla.

—Es grandiosa la vista  —dice recargando los brazos de nuevo en el barandal—. En otro tiempo debiĂł ser aĂşn más bello, sin tantos edificios alrededor.

—Sí que lo era, pero este lugar se construyó para demostrar el poder que tenía su propietario más que para el disfrute del paisaje —y el peregrino suspira.

>>Cuando el dueño murió, su nieto lo convirtió en un lugar de vicios, y pasó de ser un lugar elegante e imponente a uno en favor del libertinaje y la depravación. Hasta que el pobre chico se quedó en la ruina por la guerra. Luego el edificio tuvo que pasar varias décadas abandonado para que la gente comenzara a contar historias sobre el. Las grandes fiestas que se hacían y las personalidades que aquí habían convivido, claro muchas alejadas de la verdad, y más cercanas a la imaginación. Hace unas décadas un comerciante vio su potencial y compró la propiedad; lo remodeló y comenzó a promocionarlo no solo como un lugar histórico, sino como uno exclusivo y lleno de lujo. Lo que atrajo a las nuevos ricos con ansias de ser reconocidos por su facultad para gastar su fortuna en cualquier tontería. Con el paso del tiempo el paisaje ha cambiado pero también lo que representa este sitio.

De pronto, Mael se da cuenta de que ha dado rienda suelta a sus recuerdos.

—Vaya, ¿y cómo sabes todo eso? —dice la chica mirándolo con interés.

—Yo… Me apasiona la historia y esta ciudad —contesta nervioso—. “Es el tiempo que devora la vida, y el oscuro enemigo que nos roe por dentro al sorber nuestra sangre crece y se hace más fuerte” —Mael está muy nervioso, incluso está recitando poesĂ­a.

—¿Y eso lo acabas de inventar? —ella sonríe de nuevo.

Mael piensa que darĂ­a cualquier cosa por verla asĂ­ por el resto de sus dĂ­as y noches.

—Es de Charles Baudelaire, un poeta —comenta Mael pensando en las noches que había pasado al lado de aquel humano, escuchando sus palabras y reflexiones.

El peregrino pocas veces se aferraba a alguien, pero siempre eran artesanos del lenguaje, le fascinaba escuchar en palabras lo que Ă©l no podĂ­a sentir en carne propia.

—En realidad sé muy poco de poesía, pero creo que tiene razón en su idea sobre el tiempo —dice ella pensativa.

Mael detesta no saber lo que ocurre en su mente.

—¿Crees en el destino? —pregunta él, cuestionando la razón por la que ahora puede verlo y oírlo.

—¿Destino? Jamás creeré que hay algo escrito sobre lo que será de mí, prefiero pensar que puedo decidir sobre mi vida.

Mael se percata que un fuego arde en el interior de la chica, aunque parece tan tranquila.

—Entonces es solo una casualidad, que tú y yo nos encontráramos en este sitio.

Mael no quiere creerlo.

—Si piensas en las probabilidades, es muy posible habernos conocido aquí.

—¿QuĂ© tan probable? 

—Como dos en un millón —y sonríe—. Una posibilidad por cada uno. Y los dos conocemos a Ailed, es por eso que estamos aquí, ¿cierto?

Mael quiere decirle la verdad, pero no sabe por dĂłnde comenzar.

—¿En verdad no te parece una especie de suerte haber coincidido justo en este lugar, en este momento, en este siglo?

—Viéndolo de ese modo, solo seremos testigos del cambio de siglo una vez en lo que nos resta de vida.

Mael recuerda que mientras para Ă©l este es un siglo más, para ella serĂ­a la Ăşnica ocasiĂłn en que verĂ­a el inicio de una era. 

—Creo que volverĂ© a dentro —dice ella con un suspiro—. Voy por un poco de pastel, quiero probarlo antes que se termine —lo mira nerviosa y se agacha para tomar sus alas sintĂ©ticas. 

Mael se siente caer, aunque sabe que sigue en pie.

—Claro, yo tampoco he probado nada aĂşn —dice con sinceridad. 

Los peregrinos no necesitan comer, y de cualquier manera no pueden tocar nada, simplemente traspasan cualquier materia.

—Pues deberĂ­as, es de la cafeterĂ­a Dolce bacio, sus pasteles son los mejores de la ciudad. Ailed y yo vamos siempre que podemos —dice y se coloca un mechĂłn de cabello detrás de la oreja. 

Mael se siente tan rígido, no sabe qué hacer o en todo caso que no hacer.

—Creo que debería —y entonces, por primera vez en su vida, Mael siente miedo, porque ella se aleje—. ¿Puedo acompañarte? Me encantaría probar el pastel —casi se ahoga al preguntar, no puede saber qué decir para que ella acepte.

Casi no respira esperando su respuesta.

—Seguro. Te mostrarĂ© dĂłnde está la mesa de postres —dice con una sonrisa sincera y da unos pasos hacia Ă©l. 

Mael tiene que contenerse con todas sus fuerzas para no dar un paso atrás

—Soy Celina —le tiende la mano. 

El peregrino teme tocarla porque podrĂ­a solo traspasarla, pero serĂ­a sumamente grosero dejarla con la mano tendida. Mael se aventura, rogando por ayuda a todos sus hermanos y alza su mano en busca de un milagro.

—Mael —dice y se prepara para lo inevitable.

Sin embargo, para su sorpresa solo se encuentra con el cálido toque de la piel de Celina. Le está dando la mano y sus sensores se disparan. Nunca había tocado nada en absoluto. Es simplemente increíble.

Entonces la suelta y es consciente de haber tardado unos segundos más de lo adecuado, pero ella parece no molestarle.

—Vamos, antes de que nos dejen solo migajas —y se dirige hacia las puertas dobles que llevan al interior del salĂłn atravesando la terraza. 

Mael aprovecha para buscar con la mirada a Gala, pero no logra encontrarlo. Al cruzar la puerta, el peregrino se impacta contra un chico disfrazado de pirata.

Está anonadado, aquel chico también puede verlo y ha chocado contra él.

—Lo siento, amigo —dice el chico pirata.

Mael solo balbucea una torpe disculpa. 

Localiza a Celina, que ya se encuentra atravesando el salĂłn, sin darse cuenta de que Ă©l ya no la sigue.

Mael ha visto hacer esto a la gente por siglos, esquivar cosas y personas; pero él necesita toda su concentración para realizarlo, afortunadamente ellos también buscaban evitar una colisión.

Las luces y el ruido del lugar no le ayudan para nada. Finalmente, llega donde está Celina, en el fondo del salón, junto a la mesa de postres, donde hay unas cuantas personas tomando galletas finas, café y rebanadas de pastel.

—¡PruĂ©balo! —lo alienta Celina casi en un grito por el alto volumen de la mĂşsica y ella le acerca un plato con una rebanada de pastel de chocolate—. Es mi favorito, te juro que es como el cielo en la tierra —asegura ya sin gritar, y acercándose más a su oĂ­do. 

Mael siente su aliento y no puede contener un escalofrío que le recorre la espalda. Después la mira, ella está esperando, seguramente, a que pruebe aquel pastel. Él tiene el plato en la mano, pero teme que ocurra algo terrible si come. Celina espera ansiosa, así que se arma de valor y toma un bocado. Los sabores inundan su paladar; jamás creyó que algo tan exquisito podría existir; es suave, dulce y esponjoso.

—¡Lo sĂ©, es delicioso! —Celina dice tomando su propia rebanada con autosuficiencia mientras Mael sigue devorando el pastel—. ¡Esta es la pastelerĂ­a que lo vende! —y le da una servilleta con un logo elegante estampado. 

Él la guarda en el bolsillo y se entrega a la experiencia de comer por primera vez.

En ese momento se da cuenta de que una señora lo mira desde el otro lado de la mesa, pero él no puede escuchar sus pensamientos, supone que está poniendo esa cara por cómo se ha llenado la boca de pastel. Recuerda que para los humanos existen reglas de etiqueta que tenían que seguir a la hora de comer. Había sido testigo de muchos desastres en este sentido. Al hacerse visible para las personas, suponía que también le juzgarán por lo que hacía o dejaba de hacer. Así que Mael se voltea para seguir disfrutando su pastel sin culpa y casi se atraganta al pasarlo. Celina lo mira con una sonrisa.

—Y ¿de dónde eres? —pregunta mientras la música se interrumpe, y una mujer anuncia que harán la entrega de algún premio.

—De Italia, aunque en realidad viajo mucho —responde al recordar la primera vez que fue consciente de su propia existencia, dentro de un bosque en lo que hoy en dĂ­a es conocido como Marcigliana. 

Celina lo mira fascinada. 

—“Ti conozco abbastanza per saperti inquieta, sono certo che osi appena, se pure osi, chiederti che penso. Penso a te.” —recita recordando a  Mario Luzi y el tiempo en que aĂşn estaba en el viejo continente. Se siente acalorado al pronunciar esas palabras, aunque sabe que ella no puede entenderlo.

—¿Y eso qué significa? —pregunta sin dejar de mirarlo.

—Que el pastel es delicioso, y te pregunté de dónde eres —miente nervioso.

—Nací y crecí aquí en esta ciudad, desearía viajar más, pero nunca tengo tiempo —dice mirando alrededor como buscando algo.

—¿Por qué? —pregunta Mael apreciando cada uno de sus rasgos mientras espera su respuesta—. ¿Por qué no tienes tiempo para viajar?

—Ah, pues lo de siempre. La escuela, los eventos y la familia. Estoy ocupada con mi carrera; estudiaré medicina, quiero ser cirujana.

Mael se da cuenta de que es una respuesta aprendida.

—¿Y eso es lo que más anhelas? ÂżLo que más deseas hacer? 

Celina luce sorprendida por su cuestionamiento. Para Mael, ella es todo un misterio y no puede conocerla de la manera que está habituado. Tiene que hacer preguntas, pero le frustra no poder saber si le responde con la verdad. Sabe que las personas mienten todo el tiempo, incluso a sí mismas.

—Claro que es lo que quiero —contesta Celina frunciendo el ceño.

—Creo que eso es lo que quieres creer —dice sin pensar.

—¿Y qué te hace pensar que no es lo que quiero? De cualquier forma, no creo que nadie sepa en realidad lo que quiere. Todos estamos atados a lo que se espera de nosotros, lo que se supone que debemos y somos capaces de hacer.

—Destino.

—No, estamos condicionados por nuestras circunstancias. Nos movemos en el margen de lo posible.

La premiaciĂłn ha terminado y los asistentes aplauden.

La música suena de nuevo, y Mael escucha una canción que le despierta, habla sobre una leyenda de un fénix.

—¿Y tú, sabes lo que quieres? ¿En realidad sabes lo que más anhelas? —pregunta Celina, desafiándolo.

—¿En este momento? —dice acercándose más para que le oyera sobre la música—. En este preciso momento, lo que más deseo, es bailar contigo —y con un ademán de otra época la invita a bailar.

Mael teme el rechazo; pero un segundo después, Celina toma su mano para guiarlo hacia la pista de baile.

Los peregrinos no tienen alas, como muchos humanos piensan, y menos aĂşn pueden volar; sin embargo, en ese instante Mael se siente flotar. 

El lugar está casi lleno, así que se quedan en una orilla junto a otras parejas. La pista brillaba con diferentes cuadros de colores. Mael está un poco tieso, no entiende muy bien cómo moverse, jamás había sentido la música como ahora. Vibrando en todo su ser. En cambio, Celina está en su elemento. Mael no está seguro de que tan mal o bien baila, pero se fija en los pasos que ella hace y trata de imitarla, aunque de un modo más torpe, por lo que ella no deja de sonreír.

Mael se deja llevar por lo que su cuerpo le dicta, siguiendo el ritmo de la música y el movimiento de la gente a su alrededor, hasta ahora sus sentidos habían estado apagados. El cabello largo de Celina baila a su alrededor acompañando los rítmicos movimientos de su cuerpo y su mirada no deja de atraerlo aún más.

De pronto ella se para en seco, sus ojos van más allá de Mael.

—Lo siento, debo irme —dice la chica y Ă©l se gira para encontrar un hombre alto que llevaba un traje oscuro—. Nos veremos… algĂşn dĂ­a —dice y se marcha con aquel hombre siguiĂ©ndola de cerca.

Mael tarda un instante en reaccionar; quiere volver a verla, saber más de ella, no puede dejar que simplemente se vaya.

Trata de avanzar a grandes pasos, pero hay demasiada gente. Cuando al fin llega a la entrada del Hotel Imperio, la ve subiendo a un automĂłvil negro; mientras aquel sujeto entra por del lado del conductor.

Mael no puede creer que simplemente la perderá. De pronto la ventanilla del auto baja y ella se asoma.

—¡Dile Ailed que mañana desayunamos en Dolce! —grita sonriente y entonces el automóvil avanza para unirse al ritmo del tráfico.

Una brizna comienza a caer mientras Mael observa al automĂłvil hasta que lo pierde de vista.

Por primera vez en toda su existencia, el peregrino desea que un nuevo dĂ­a llegue.

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