CENIZAS DE LA LUNA – XIA RUNNEL
RESUMEN
Mael, un espĂritu errante, solo desea conocer lo que los humanos llaman amor y Celina solo quiere huir de aquellos que dicen amarla. Es la Ăşltima noche del milenio y sus caminos se cruzan cambiando para siempre su destino.
CapĂtulo 3 – CENIZAS DE LA LUNA
Entre las sombras de un callejĂłn se encuentra Galadriel, como cualquier peregrino deambula entre los humanos sin ser visto. PodrĂa encontrarse en la Ciudad de MĂ©xico, Tokio, BerlĂn o cualquier otra ciudad del mundo; y le darĂa lo mismo, las detesta por igual. Gala piensa que las ciudades son sinĂłnimo de podredumbre, vicio y desesperanza, pero Mael ha sido asignado a este sitio. AsĂ que están atados a esta ciudad.
Gala llega al final del callejón y observa hacia la calle abarrotada, ahà encuentra a su compañero. Mael con su habitual traje azul y camisa blanca. El peregrino, que solo en apariencia es un muchacho de unos veintitantos, mantiene los ojos cerrados y una postura firme. Son casi las diez de la noche, pero las personas pasan apuradas, sin chocar con su compañero, solo lo traspasan.
—Los peregrinos no estamos aquà para ser vistos, sino para fluir entre las personas, alentar, consolar e inspirar —repite Gala el juramento de su especie—. Bueno, si es que los humanos lo permiten —añade con sarcasmo.
Gala sigue observando a su compañero mientras está “meditando”, o asà lo llama Mael. Gala lo encuentra poco práctico, pero igual cierra los ojos como le enseñó su compañero hace mucho tiempo. Aún sigue escuchando los pensamientos de las personas que pasan por la calle.
<<Aún estoy a tiempo…>>
<<Cebolla, aceitunas, ÂżquĂ© más?…>>
<<Si gasto 6.39 en cada…>>
<<¡¡No, no, no!!..>>
<<ÂżA dĂłnde vas, linda?…>>
<<Esquina con… ÂżCuál era la calle?…>>
Entonces deja de escuchar los pensamientos individuales de los transeĂşntes y se concentra en solo una cacofonĂa de ideas que gritan al mismo tiempo. Al principio es abrumador tanto alboroto hasta que se convierte en una fuerza más de la naturaleza. “Es como estar en la cima de una montaña, escuchando el viento furioso, o en medio del ocĂ©ano, con el ruido del oleaje y la tormenta”, asĂ lo explicaba Mael.
Ruido es lo Ăşnico que hay en el mundo, todo y a la vez nada.
Gala abre los ojos de pronto al notar que Mael camina hacia donde Ă©l se encuentra, su energĂa está en movimiento y como siempre puede percibirlo acercándose. Como dos imanes atrayendo uno al otro, como si una cuerda invisible los uniera o fueran dos partes de un mismo cuerpo. Aunque se alejen uno del otro, siempre vuelven a encontrarse, una situaciĂłn bastante incĂłmoda cuando discutĂan.
Gala regresa por el callejĂłn hasta sentarse al lado de un anciano a unos pocos metros e inicia una conversaciĂłn con aquel hombre que lo ha perdido todo en un mal negocio y ahora la calle es su hogar.
—Lo encontrĂ© hace unas semanas, el pobre tenĂa la pata rota —dice el vagabundo acariciando al gato desaliñado que descansa sobre sus piernas.
—CuĂdalo bien, Joseph —dice Gala mientras alcanza a Mael que ha pasado de largo.
—Lo harĂ© —contesta el vagabundo mirando la nada, mientras inicia otra conversaciĂłn con las voces que invaden su cabeza todo el dĂa.
—A Joseph, solo le gustan los gatos negros y le disgusta la lluvia, sobre todo ahora en su precaria situación. Las personas que conocen a Joseph dicen que está loco por escuchar voces —dice Gala a Mael cuando lo alcanza.
—Por fortuna los locos aún nos escuchan —contesta Mael con tono seco.
—Y se atreven a contestar. Recuerdo el tiempo en que los humanos conversaban con nosotros, me hacĂa sentir parte de este mundo y no solo como un espĂritu ambulante —dice Gala y Mael solo contesta con un gruñido.
—¿Vamos juntos esta noche? Faltan unas horas para año nuevo.
—Quizás otro dĂa —responde y recorre con la mirada a su compañero—. QuĂ© atuendo —añade con una sonrisa y parece menos malhumorado.
—¡No todos los dĂas cambiamos de año, siglo y milenio! —Gala está feliz de que notara su cambio de vestuario. Mael rara vez comentaba algo sobre su apariencia siempre cambiante—. Además, es un clásico. Por la mañana estuve en el museo y tuve un momento nostálgico —y expresa lo que llevaba pensando desde hace semanas—. DeberĂamos volver a la Toscana. O quizás a los Cabos, no entiendo por quĂ© no intentamos pedir un cambio.
—Cómo van las cosas con Yozael lo dudo.
—¿Yozael? ¡Te lo encontraste! Eso explica tu mal humor —dice Gala mientras se arregla el montón de encaje blanco del pecho.
—Él me encontró a mà —corrige y sigue caminando hacia el final del callejón sin evadir el montón de basura que se acumulaba en un rincón. No hace falta, solo la traspasa.
—Creo que podrĂa acostumbrarme de nuevo a los volantes, son divertidos.
—Dudo que puedas mantener un atuendo por más de unas horas —replica Mael.
Gala cambia continuamente de apariencia, siempre buscando algo no convencional, y ya que solo tiene que imaginarse a sà mismo “vestido” con ello, le resultaba entretenido.
—Es mejor que uno de esos aburridos atuendos de toga. En este lugar se toman muy en serio el código.
—Solo cuando les conviene ¿En qué momento comenzamos a vernos como ellos? —pregunta Mael mientras señala a la gente que cruza en la calle principal.
De todos sus hermanos peregrinos, Mael es quien cuestiona sobre su existencia, su origen y quĂ© pasarĂa si dejaban de existir algĂşn dĂa. Los demás, incluido Gala, estaban resignados a ser lo que eran y cumplir de la mejor manera con su propĂłsito.
—Vestirse de acuerdo con la época es una forma de cambiar con el mundo y no ser solo un ornamento.
—DarĂa lo mismo que fuĂ©ramos desnudos. Nadie más lo notarĂa.
—Yo te notarĂa —le asegura Gala con una sonrisa.
Mael ignora su comentario, pero no de forma grosera; solo que ya está acostumbrado a sus coqueteos, no le sorprende.
A lo lejos ven a Yozael, y unos cuantos más peregrinos reunidos. De mala gana se acercan formando parte del cĂrculo. Cuando parece que nadie más va a llegar, Yozael da inicio a su reuniĂłn. No sin antes dedicar una severa mirada a Mael y Gala.
—Peregrinos entreguen su testimonio. Eremiel —indica Yozael y el peregrino que está a un lado de Gala habla.
—Hermanos, doy testimonio: Beatriz, JosĂ©, Kimbeely, Pier y Josabad han escuchado —dice, refiriĂ©ndose a los humanos que ha inspirado, consolado o acompañado en su dolor este dĂa—. Ninguna luz he visto hoy —termina y no sorprende a nadie.
Cada vez es menos frecuente que los peregrinos puedan presenciar cĂłmo el alma de un humano emerge al morir.
—Te agradecemos, hermano —dice Yozael y repite lo mismo con cada uno de los presentes.
Mael escucha con paciencia hasta que se distrae con unas chicas que han traspasado a varios de los peregrinos reunidos. Laura y Felizia van de la mano, disfrutando de la noche. Es su primer año nuevo, juntas y se han encontrado en el centro de la ciudad. Sus familias no aprueban su relación, asà que han escapado, por lo menos, unas horas.
—Tres luces he visto hoy —dice uno de los peregrinos y Mael vuelve a prestar atención a la reunión.
Cassiel es quien ha hablado, en realidad no es raro que pudiera verlas. Es uno de los peregrinos asignados al hospital de la capital. Mael envidia por un segundo a su hermano.
—Te agradecemos, hermano —y sonrĂe Yozael—. Mael —lo nombra para que dĂ© su testimonio.
—Doy testimonio: Federico, Carla…
—¿Tienen que ver con asuntos románticos? Interrumpe Yozael.
—No.
—Recuerden, hermanos, que nuestros dones son sagrados y debemos honrar nuestra labor. Continúa Mael.
—Y ninguna luz he visto hoy, concluye Mael.
—Gracias a todos hermanos, pueden continuar con su camino.
Dicho esto, el grupo se dispersa. Mael se sumerge en un silencio largo mientras caminan, asĂ que Gala trata de animarlo.
—Por cierto, hay una gran fiesta a dos cuadras. Cruzando la plaza, deberĂamos pasar un rato antes de que termine.
Gala sabe que Mael prefiere refugiarse en las reuniones y los pensamientos, por lo general felices, de las fiestas. Si querĂa estar solo esta noche, no irĂa detrás de Ă©l, o por lo menos no de inmediato.
—SĂ, podrĂamos ir un rato.
Salen del callejĂłn y caminan por la plaza, donde un evento pĂşblico ya ha dado comienzo para celebrar el nuevo año. Entonces Mael se acerca para consolar a Clara, una niñita que ha soltado y perdido su globo de helio. Mientras tanto, su padre trataba de explicarle que podrĂa comprarle otro mañana, ya que se les hace tarde para llegar a casa.
—CreĂ que no querĂas compañĂa esta noche —Gala trata de tranquilizar al padre, que comienza a sentirse enfadado.
Clara deja de llorar cuando Mael le susurra palabras de consuelo. El padre toma a la niña en brazos y la hace girar. La niña se rĂe y abraza con fuerza a su padre.
—Bueno, tengo derecho a cambiar de opinión.
—Vivo entre tus “cambios de opiniĂłn”, Mael. ÂżEn quĂ© ciudad vivir, a dĂłnde ir, hasta sobre lo que hay entre nosotros —dice Gala molesto.
—Sabes que no he decidido venir aquà y tampoco cuando irme. Pero tú eres libre de marcharte si quieres —y Mael reanuda el paso dejando a su compañero atrás.
Gala se queda ahĂ de pie y se plantea ir, por otro lado; encontrarĂa alguna fiesta, volverĂa con Joseph, o quizás hasta podrĂa a visitar a su amigo, el psĂquico. Sigue deliberando mientras mira la espalda de Mael, que se aleja. En algĂşn momento, en sus primeros siglos juntos, habĂa intentado alejarse de Ă©l. HabĂan discutido por quĂ© ambos querĂan irse de la Toscana, pero en diferentes direcciones. Cada vez que intentaba alejarse era como caminar en cĂrculos. Cuando pensaba que se habĂa caminado lo suficiente, siempre volvĂa a encontrarse con su eterno compañero.
Gala suelta un suspiro y va tras Mael: es año nuevo. Es un nuevo comienzo y todo irĂa bien.